martes, 4 de marzo de 2008

PRIMERA PROTESTA DE ESCLAVOS

La mentalidad esclavista en el Puerto Rico del siglo XIX se fundamentó en la necesidad de mano de obra cautiva para una economía azucarera que requeria de obreros en abundancia. Ciertamente la excusa de la inferioridad del esclavo era un argumento apropiado para jerarquizar la sociedad insular y establecer distancia entre los blancos, negros y mulatos. Mas fue la necesidad, la pobreza, los ataques enemigos y el abandono de España que propiciaron paulatinamente la mezcla de raza.

Contrario a lo que dicen por ahí, los esclavos se rebelaron con frecuencia. Mantuvieron una continua resistencia al régimen explotador de trabajo que se les imponía. Su resistencia tomaba diversas formas: quema de los cañaverales, actos de violencia contra mayorales y mayordomos, fugas, conspiraciones, robos, rebeliones y renuencia al trabajo no remunerado.

Todas estas protestas y luchas ocurren en los años 1795 al 1873, cuando la caña toma auge en Puerto Rico. La situación empezó a empeorar cuando algunos hacendados de las regiones montañosas impulsaron el cultivo del café y el contrabando era la alternativa mejor para vender los productos insulares. Pero todo era a costa del trabajo que tenían que realizar los esclavos.
Alrededor de la isla aumentaban las rebeliones de esclavos y eran más los libertos en nuestra isla; fue así que los esclavos comenzaron a manifestar sus inquietudes. El gobierno ripostó con fiereza imponiendo leyes, reglas y códigos para evitar levantamiento. Era costumbre “corregir” con el foete. Los castigos de fuertes latigazos eran la orden del día. La población negra para el 1836 estaba cerca de los 42,100 y seguía aumentando.

Sucedió en Isabela en el 1841, que unos valientes esclavos dirigidos por Ñan, capataz de una de las mejores Haciendas del pueblo, dicidieron hacer una protesta frente a la Casa Alcaldía y reclamar unos supuestos derechos que según las leyes ellos tenían.
Era una noche calurosa en la Hacienda La Esperanza de Don Tomás Pamias. Sentado en el butacón de su Hacienda le grita con fuerza a su esclava Felipa.
“Negra traeme un palo de cañita, que este calor está insoportable”.
Ñan, el capataz, llegó desde las barracas, que eran los cuarteles de los esclavos, le dice a Don Tomás:

“Amo los esclavos están cansados de trabajar los domingos, quieren descansar”.
Don Tomás Pamias le contesta con dureza:
“Callate y vete a dormir antes que te cojas un foetazo mío”.
Ñan se retiro entristecido por la respuesta de su amo. Fue hasta las barracas de los esclavos y les dijo:
“el amo quiere que trabajemos domingo”.
Cayayo, haciéndose portavoz de los demás le dijo:
“tenemos derecho a quejarnos, los bocoyes de ron que llevamos al puerto del Pastillo son muchos y pesados, necesitamos descansar”.
Ñan Hablando con los treinta y seis esclavos les dio las siguientes instrucciones:
“esperen mi señal mañana, caminaremos hasta la Casa Alcaldía en silencio y en orden, hablaremos con Don Juan Ramón Ramírez de Arrellano”.
Ese día Cayayo y otros dos esclavos rompieron las mallas del cercado que rodeaba la Hacienda, los demás esclavos corrieron detrás de Cayayo para encontrarse con Ñan en el Camino Real que los llevaría hasta el pueblo de Isabela. Cada uno llevaba consigo sus instrumentos de labranza, las mujeres cargaban en el hombro las ditas de comida. Al cabo de media hora, los esclavos se cruzaron con un Capitán militar que sorprendido les preguntó:
¿Para dónde van ustedes?
Ñan: Contestó: “Vamos al pueblo a quejarnos ante el Alcalde”.
El Capitán riposta: “Regresen a su Hacienda inmediatamente, ustedes no pueden hacer eso”.
Mas el puñado de esclavos continuo caminando en silencio.
Al completarse ya una hora de camino llegaron hasta el Ayuntamiento. La gente en la calle se preguntaba que hacían esos esclavos frente a la entrada de la Casa Alcaldía. El Padre Avelino Román, cura de la Parroquia San Antonio de Padua corre hasta ellos. Preocupado le pregunta.
“¿Qué hacen aquí?, Deben saber que corren un gran riesgo al llegar hasta aquí.
Ñan, que era el mejor que sabía expresarse le dijo lo que pasaba al Padre Avelino. El Padre Avelino llamó al Alcalde y el que salió fue el secretario del Ayuntamiento.
“Usted sabe, señor secretario, que existe un Reglamento de Esclavos, sabe muy bien que los esclavos tienen derecho a descansar los domingos. Ese es el día sagrado para dedicarselo a Dios, sepa usted que el Señor Pamias no lleva a sus esclavos a Misa y muchos de ellos todavía no estan bautizados. Me informan ellos que pasan hambre y su comida es pésima y en el Reglamento ellos tienen derecho a comer bien, a ser vestidos y tener un techo donde vivir. Usted tiene que hacer algo al respecto”.
Fue cuando Don Tomás Pamias llegó acompañado del Capitán militar, estaba molesto y alterado. Comenzó a gritarle barbaridades a sus esclavos, obligó a Ñan a que los amarrara y que regresaran a su Hacienda. Al llegar a la Hacienda colocó a Ñan, que era su capataz, en un cepo. Entre varios esclavos lo llevaron frente a los cuarteles de los esclavos. Don Tomás comenzó a gritarle a sus esclavos:
“salgan a ver como disciplino aquellos que no obedecen mis instrucciones”.
La negrada tuvo que soportar como frente a ellos Don Tomás azotaba a Ñan. Él apretó sus labios para aguantar el dolor de los latigazos, sus ojos se aguaron, sus lágrimas corrian por sus mejillas y sus anchas espaldas sangraban copiosamente por los cincuenta latigazos recibidos.
Al día siguiente; Ñan vio como los esclavos de tala fueron amarrados alrededor del trapiche y azotados inmisericordemente. Las mujeres tuvieron la misma suerte, lo único que fueron acostadas en el piso para ser azotadas.

Poco tiempo después el Padre Avelino fue transferido a España para que no metiera sus manos en asuntos que no eran de su incunvencia.
Se dice que estos hechos ocurrieron un 4 de enero de 1841 en la Hacienda La Esperanza en Isabela.

1 comentario:

ikeshiabaalman dijo...

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